Cuanto más lejos me encuentro de la naturaleza, más la añoro.
El primer contacto fue breve, apenas hundirme hasta las rodillas en aquel pantano de agua cálida y transparente, para después visitar a un viejo amigo en un imprevisible viaje por carretera entre pinares inmensos.
Pero, ante el deseo y la necesidad de la desconexión, mi mente siempre acude a aquellos mismos instantes, conformando un paraíso de tarde de verano,
que zigzaguea entre el perenne miedo a madurar.
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